La alimentación de los países industrializados se caracteriza por ser excesivamente calórica y por tener un elevado contenido en grasa saturada, tanto de origen animal como vegetal. Dentro de ella, el ácido graso más abundante es el palmítico, presente en las carnes de animales terrestres y en los aceites de coco, palma y palmiste, utilizados para preparar alimentos de tipo industrial. Otros ácidos grasos saturados, también importantes, son el láurico y el mirístico, propios del coco y de la leche, respectivamente. Un tipo especial es el esteárico, ya que su acción sobre el colesterol recuerda más a la grasa monoinsaturada que a la saturada. En conjunto, la abundante ingesta de saturados se acompaña de un aumento de la mortalidad cardiovascular y de los niveles plasmáticos de colesterol LDL, por lo que se debe reducir su presencia en la dieta.
Las enfermedades del aparato circulatorio tienen una enorme relevancia en España y en el resto de países occidentales por la elevada morbimortalidad, el grado de discapacidad que originan y su gran repercusión socioeconómica. Puede afirmarse con rotundidad que las enfermedades cardiovasculares constituyen la primera causa de muerte en el conjunto de la población española.
Gracias a numerosos estudios a lo largo de muchos años, se ha puesto en evidencia, sin ningún género de dudas, que las cifras de colesterol elevado en sangre es uno de los factores principales que predispone a padecer una enfermedad cardiovascular.
Para conseguirlo se han propuesto distintas opciones, incluyendo el aumento en el consumo de hidratos de carbono, de grasa poliinsaturada o de monoinsaturada en sustitución de la saturada. Este último modelo es el característico de la alimentación mediterránea, cuya propiedad diferencial es la presencia del aceite de oliva como fuente de grasa principal.
El colesterol es un componente fundamental del cuerpo humano, pues está presente en las membranas celulares y de acuerdo con él se constituyen las hormonas sexuales (estrógenos, progestágenos y testosterona) y esteroideas (corticoides).
El colesterol es una molécula grasa que circula en nuestra sangre unido a unas proteínas que actúan como "medio de transporte" en el cuerpo humano.
La importancia de la hipercolesterolemia radica en que los estudios médicos han confirmado la relación entre el aumento de los niveles de colesterol y el desarrollo de enfermedades cardiovasculares provocadas por la arteriosclerosis, como la cardiopatía isquémica.
Existen dos tipos de colesterol:
- El HDL-colesterol: lipoproteína de alta densidad también conocido como "colesterol bueno".
- El LDL-colesterol: lipoproteína de baja densidad que recibe el nombre de "colesterol malo".
Se dice que el colesterol HDL es "bueno" porque protege al organismo de las complicaciones de la aterosclerosis, dado que transporta el colesterol de las arterias al hígado, de este modo, evita la acumulación de grasas en las arterias y la obstrucción de las mismas. En consecuencia, los niveles de HDL superiores a 60 mg/dL son beneficiosos para nuestra salud.
El colesterol LDL es "malo" porque favorece la creación de placas de ateroma en las arterias. Se aumenta así el riesgo de desarrollar complicaciones cardiovasculares (infarto de miocardio, infarto cerebral, etc.).
Como norma general, el colesterol LDL debe ser inferior a 100-130 mg/dL y el colesterol HDL debe ser superior a 35 mg/dL en el varón y a 40 mg/dL en la mujer.
El primer factor de riesgo para sufrir hipercolesterolemia (colesterol alto) es el hereditario. Hay un grupo de familias que, debido a un trastorno en sus genes, tienen unos niveles altos de colesterol. Este "defecto genético", que se hereda de generación en generación, es el responsable de que se produzcan con mayor frecuencia las enfermedades cardiovasculares y afecta de manera indiferente a jóvenes y mayores.
Como segundo factor de riesgo se encuentran ciertas situaciones que pueden llevar a un aumento de las cifras de colesterol y, por tanto, es necesario corregir este factor subyacente para normalizar las cifras de colesterol.