La incorporación de la mujer al mundo laboral y los nuevos hábitos de vida provocaron un aumento de la alimentación de fórmula a lactantes en detrimento de la lactancia materna, tendencia que por suerte esta revertiendo.
Según ha afirmado Manuel Bueno Sánchez, catedrático de pediatría, "la leche humana tiene la composición adecuada y es evolutiva, va cambiando su composición durante una misma toma (contiene más grasas al final de la toma indicando al bebé cuando debe saciarse) y a lo largo de la lactancia".
Los efectos de esta adaptación, según constatan diversos estudios, son que la lactancia materna reduce considerablemente el riesgo de obesidad desde la misma etapa lactante y cuanto mayor es la duración de la lactancia, menor es la incidencia de obesidad (la diferencia entre mamar solo dos meses y hacerlo diez multiplica por más de cuatro la incidencia de obesidad). Además esta protección se extiende a la infancia y a la edad adulta.
Uno de los factores que explicaría esta protección sería la leptina contenida en la leche. Parece que con su ingesta aumenta la expresión de receptores de leptina en el tejido adiposo, que se mantienen durante toda la vida y protegen frente a la obesidad inducida por la dieta y frente a sus patologías asociadas (la diabetes, la arterosclerosis o la hipertensión arterial).
Esta no es la única ventaja, pues la leche materna contiene sustancias que protegen desde un punto de vista inmune. De hecho, durante la lactancia la incidencia de infecciones respiratorias y gastrointestinales es menor.