La socialización es un proceso que comienza en los primeros años de vida. La persona aprende a desenvolverse en el mundo gracias a las pautas y roles de comportamiento que la sociedad le transmite. Históricamente estas pautas y roles de actuación de hombres y mujeres han estado claramente diferenciados.
El mundo laboral ha sido tradicionalmente el campo de desarrollo del varón, mientras la mujer quedaba relegada al ámbito privado o doméstico. Se daba por supuesto que al hombre le correspondía el sostenimiento económico de la casa, para lo que debía desarrollar una profesión. En cambio, la mujer se dedicaba al cuidado de su familia.
Poco a poco, este reparto se ha ido superando. La mujer ha sido capaz de incorporarse a la vida laboral, y sin embargo, la carga de la vida privada sigue pesando sobre ella mucho más que sobre su cónyuge, que no participa en la misma medida del ámbito doméstico y de las cargas que éste conlleva. El resultado ha sido que la mujer se ve obligada a llevar una doble carga, la laboral y la doméstica. Y además, se le siguen presuponiendo actitudes que se consideran propias de una mujer, como la abnegación, complacencia, disponibilidad y talante amable. Lo que lleva a encasillarla en unos puestos determinados dentro del mercado laboral.
La sociedad ha aceptado a la mujer trabajadora, pero la imagen que de ella tiene es equivocada. La publicidad nos muestra a una mujer que es capaz de actuar como un hombre en el ámbito profesional, dinámica y resolutiva, pero que al mismo tiempo tiene una apariencia física perfecta, es femenina, y sin merma de lo anterior, se siente capaz de cuidar de su familia ella sola, etc. La presión de las mujeres hoy día para llegar al modelo establecido es imposible de soportar, no hay mujer capaz de ser en todo momento perfecta, en el trabajo, con su marido y con sus hijos. Esto puede ser una causa de frustración importante.