Cuando se habla de Trastorno de Conducta Alimentaria (TCA) se tiende a pensar en anorexia nerviosa y, en menor medida, en bulimia nerviosa. Sin embargo, como señala Álvaro Pico, director médico de la Clínica Nuestra Señora de La Paz, de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, "el trastorno más habitual, aunque por el que la sociedad menos se preocupa y se excluye de los diagnósticos en los manuales de psiquiatría, es la obesidad".
Los TCA están presentes en un 3-5 por ciento de la población adolescente o de adultos jóvenes, definiendo el Trastorno de la Conducta Alimentaria como "un desorden que puede afectar a personas de ambos sexos (más frecuente en mujeres) de cualquier edad, (aunque es más probable en la adolescencia), que interfiere en la relación del individuo con su alimentación y adecuada nutrición, así como en su relación con el mundo en la amplia esfera psicosocial, que se produce a nivel psicológico, sin que problemas médicos sean la causa original, ni única, de su desarrollo".
El profesional alerta de que "aunque el problema dé la cara con la comida o con los cambios en el peso, va mucho más allá de un problema con la alimentación, es un problema a nivel psicológico y como tal se debe atender de una forma integral". "La alimentación no es, ni ha de ser -asegura- el foco único de atención, todos los problemas de la esfera psicosocial van a ser dianas de la intervención, más allá de favorecer y ayudar el ajuste en la alimentación y nutrición".
El director hace hincapié en que "si se comprende por un lado la gravedad a la que puede llevar este trastorno; la posibilidad de intervención y recuperación de estos pacientes (solo alrededor de un 10-20 por ciento de los casos tiende a la cronicidad), así como la compleja naturaleza de esta enfermedad, que afecta a múltiples esferas de la vida personal e íntima de las personas, que posiblemente preocupen al afectado mucho más y se puedan abordar en los primeros contactos (y no el tema del peso o el intento de control del mismo), se podrá intervenir de manera más temprana y efectiva".
Causas no definidas
Aunque afecta a personas de cualquier edad, es más frecuente la aparición de estos trastornos durante la adolescencia. Históricamente se hablaba de que 9 de cada 10 casos eran mujeres, pero se está viendo un progresivo aumento en el sexo masculino. No existe una relación directa con un contexto social, ni un nivel de estudios determinado.
"No podemos hablar de causas concretas definidas, sino de factores de riesgo para su aparición como son los biológicos (predisposición en familiares de afectados); psicológicos (otros trastornos mentales como trastornos afectivos, de personalidad, de ansiedad, consumo de sustancias, trastornos de control de impulsos y un perfil de personalidad con mayor rigidez, perfeccionismo, baja autoestima, historia personal de problemas con la alimentación, etc); factores familiares (historia de trastornos mentales familiares, tanto afectivos, como de consumo de alcohol y otras drogas, de conducta alimentaria, obesidad y problemáticas intrafamiliares: desestructuración familiar, sobreprotección familiar con alta exigencia); o acontecimientos vitales estresantes (historia de abuso, físico o sexual; crisis vitales; duelos complicados)".
Siempre que existen sospechas, es fundamental que un profesional especializado (psiquiatras o psicólogos clínicos) realice una evaluación del caso. El psiquiatra informa de que "no siempre el motivo para acudir al profesional ha de ser el tema del peso, puede ser útil para facilitar ese primer contacto, dirigir la primera consulta a otros problemas muy probablemente presentes como son los síntomas depresivos o de ansiedad, los problemas de sueño, el descontrol de impulsos o el aislamiento social, etc".
Existen diferentes planos de intervención, desde la evaluación inicial con indicaciones a padres o pacientes adultos, a situaciones de elevada gravedad que requieren el ingreso para asegurar el estado nutricional, o lo que es más frecuente, el tratamiento en medio ambulatorio por terapeutas expertos en consultas externas o en casos de mayor gravedad en hospitales de día.
Prevención
Es importante promover un adecuado equilibrio en la alimentación desde el nacimiento, que facilite adquirir al niño la regulación de la sensación de hambre y saciedad. Para ello es necesario generar un ambiente agradable, sin tensión, sin prisas, ofreciendo alimentos sanos y variados, de forma regular, ordenada y con los padres presentes, puesto que actúan como modelos de comportamiento. Por otra parte no se debe obligar comer a los niños, ni tampoco emplear distractores durante las comidas, como la televisión, las tablets, los móviles.
"En definitiva –concluye el director médico- hay que potenciar que esos momentos sean compartidos por la familia y se aprovechen para hablar de las cosas que van sucediendo durante el día, intereses, logros, etc".