El calor es la prueba de que el apetito varía de forma muy significativa en función de la temperatura ambiental y que, por tanto, no se mantiene estable a lo largo del año y no depende únicamente del estado de ánimo de la persona.
En verano, el calor aumenta la sudoración y, si bien, crece la necesidad de ingerir líquidos fríos, también disminuye la sensación de hambre o de necesidad de adquirir energía extra, algo que sí sucede a causa del frío cuando el cuerpo destina gran parte de su energía a mantener una temperatura adecuada, proceso conocido como termogénesis.
"El riesgo para la salud ocurre porque, comemos menos, pero también si comemos peor. Especialmente en el caso de las personas de más edad y los niños", explica Natalia Galán, nutricionista de Blua de Sanitas. "Es muy común que los cambios de rutina, por el calor y las vacaciones lleven consigo subidas repentinas de peso y digestiones pesadas debido a la ingesta innecesaria de alimentos extra calóricos".
Al salir de vacaciones, se rompe física y psicológicamente con la rutina y esto conlleva un cambio drástico en los hábitos alimentarios, que se traduce en comer más fuera de casa, a horas desacostumbradas y de picoteo, lo cual, pasa factura en las digestiones y en la alimentación.
Para combatir la falta de hambre y los cambios en la dieta, los expertos recomiendan seguir una cierta programación en los menús de la semana para no resentirse en verano. "Es conveniente eludir los cambios bruscos de peso que terminan afectando la salud y nuestro consejo para ello es el plan organizado de las comidas, prepararlas con antelación en la medida de lo posible, mantener una estructuración de 4 -5 comidas al día menos copiosas y la práctica de ejercicio físico, para asegurarnos de que nos alimentamos correctamente a pesar de los cambios de rutina", aconseja la nutricionista.
Y es que, con el aumento del tiempo libre y de la posibilidad de pasar más tiempo fuera de espacios cerrados, realizando actividades al aire libre y sin guardar horarios fijos en ningún ámbito, sucede que la dieta se descuida.
"Los horarios habituales cambian y, por ello, cambiamos nuestra pauta de alimentación. La mayor parte de los españoles cambia su rutina alimentaria en estos meses y es muy habitual picar entre horas durante el verano y tomar bebidas altas en azúcar o con gas, snacks, o helados con grasas y azúcares, pero debe hacerse con moderación si no queremos incurrir en un desequilibrio dietético", explica Natalia Galán.
Ante la necesidad de hidratarse, se aconseja la ingesta de alimentos ricos en agua como ensaladas o cremas frías. Dado que el cuerpo está compuesto por tres cuartas partes de agua, es importante paliar la falta de apetito con un mayor consumo de líquido para reponer el organismo. Y ante la duda, se puede recurrir al hielo como aliado para hacer más apetecible los alimentos de la dieta de verano.