La piel, el órgano más extenso, protege nuestro cuerpo de las agresiones externas, entre ellas las radiaciones ultravioletas de la luz solar. No obstante, el Dr. Rafael Tomás, director de la clínica Dr. Tomás en Ibiza, apunta la interesante contradicción que ha llevado a la luz a ser una revolución terapéutica en la dermatología, "puesto que la piel se aprovecha de la luz, que contribuye, por ejemplo, a la síntesis de ciertas hormonas y vitaminas".
Así, en los últimos años se han desarrollado diversas terapias basadas en distintos tipos de luces para el tratamiento de patologías de la piel, como la fototerapia, láseres o la luz intensa pulsada. "La más reciente y revolucionaria es la terapia con fluorescencia, que funciona como una "antiluz" o "contraluz", es decir, resuelves con la luz fluorescente lo que otra luz, la solar, ha provocado", indica el dermatólogo.
Esta terapia, además de ser eficaz para el tratamiento de los signos activos y cicatrices del acné y de la rosácea, se utiliza para el rejuvenecimiento de la piel. Como señala el Dr. Tomás, "con ella provocamos una regeneración y renovación del colágeno, desgastado y fragmentado principalmente por la radiación solar".
El dermatólogo destaca el tratamiento con fluorescencia como una alternativa no invasiva sin apenas efectos secundarios, dado que "sólo estamos introduciendo al interior de la piel una luz reparadora inofensiva, por lo que también se puede utilizar en cualquier época del año". Ésta es la tecnología en la que se basa por ejemplo el tratamiento Kleresca® Skin Rejuvenation, que consiste en aplicar un gel fotoconversor especialmente formulado sobre la piel del paciente, que debe colocarse bajo una lámpara. Cuando la luz azul incide sobre el gel, los cromóforos contenidos en él convierten la luz en fluorescencia que penetra en la piel a diferentes longitudes de onda y estimula la producción de colágeno a nivel celular. Todo ello tiene como consecuencia reducir el tamaño de los poros, las arrugas finas y las cicatrices, dejando la piel revitalizada con un brillo natural. El resultado es una piel desestresada que sigue mejorando después de la finalización del tratamiento.
Esta técnica se puede utilizar en el rostro, cuello, escote y manos, y su protocolo estándar es una sesión semanal durante cuatro semanas. La duración de la sesión es de nueve minutos bajo la lámpara, siempre bajo la supervisión de un especialista. Además, la terapia no es fotosensibilizante, por lo que se puede aplicar en cualquier momento del año y es compatible con otros tratamientos.