La reparación de la barrera cutánea de la piel, en los pacientes con dermatitis atópica, es capaz de evitar que los factores agresores externos del ambiente penetren a través de los defectos de la capa de piel denominada epidermis. Por eso es importante encontrar substancias que reparen esta función barrera de la superficie cutánea.
La barrera cutánea se asemeja a una muralla de células colocadas a modo de ladrillos, los corneocitos o células que forman la capa externa de la piel, que están unidas por unos puentes de unión o corneodesmosomas (uniones que mantienen agrupados los corneocitos) y por una sustancia que actúa como un cemento, que son los lípidos que permiten la retención de agua en la piel, manteniéndola hidratada.
En los pacientes con dermatitis atópica, los corneodesmosomas no cumplen correctamente su función de unión y los puentes, que deben formar en la piel, se rompen con facilidad. Por ello, los estímulos que agreden la piel pueden propiciar que se derrumbe la muralla por falta de unión entre sus ladrillos y, así, esta piel pierde su función barrera. Además, estas pieles tienen deficiencia de lípidos (grasas) y la hidratación es muy pobre, por lo que existe predisposición a tener una piel seca que presenta tendencia a la inflamación. Una piel sin una función barrera efectiva es una piel deshidratada, inflamada y proclive a la infección.
Una manera fácil de proteger este tipo de piel es aprovechando las características de los productos emolientes que forman una capa protectora en la superficie de la piel, evitando la salida de agua y, por tanto, la sequedad de la piel. Estas sustancias emolientes se encuentran en forma de aceites de baño o ducha, o como lociones o cremas hidratantes.
Aunque durante el brote agudo se deban utilizar los tratamientos farmacológicos prescritos por el médico, que van a facilitar la resolución de dicho brote, después se debería restablecer la función barrera de la piel con el uso adecuado de emolientes, de modo que la piel esté confortable aunque no esté libre de eczema, ya que la inflamación subclínica persiste incluso cuando no hay un brote visible.