El duelo por el fallecimiento de un familiar en un accidente puede durar meses

El duelo de los familiares de las víctimas del accidente del tren de Santiago de Compostela ha comenzado en el mismo momento de conocer que se ha producido, a pesar de no saber si su familiar había muerto. El apoyo psicológico en estos momentos de angustia es esencial, al igual que los apoyos externos que reciben de amigos y familiares. Pero luego toca vivir la ausencia del ser querido en el día a día y, al mismo tiempo, afrontar las exigencias de la propia vida. El duelo, en realidad, puede durar semanas, meses e incluso años.

Evitación, aceptación y asimilación son las tres fases por las que transcurre el duelo de aquellos que, como en el caso del accidente de tren ocurrido en Santiago de Compostela, han perdido un familiar de forma súbita e imprevista. El proceso de duelo es, en definitiva mucho más duradero de lo que habitualmente se piensa, hasta el punto de que meses después de sufrir la pérdida continúan presentes algunas de las alteraciones en su nivel de funcionamiento y hay consecuencias más sutiles que se mantienen a lo largo de la vida.

"En los momentos que siguen a la toma de conciencia de la pérdida" explica el profesor Robert Neimeyer, del departamento de Psicología de la Universidad de Memphis (Estados Unidos), "solemos experimentar una desorganización extrema que abarca todos los niveles: sentimientos (angustia, pánico), pensamientos (incredulidad, dificultades de concentración) y conducta (agitación, dificultades para dormir).".

Una o dos semanas después, cuando los familiares de las víctimas de un accidente se enfrentan a la necesidad de reemprender su vida y construir una nueva normalidad a partir de la ausencia de su ser querido, es cuando se produce una desorientación general y una fase depresiva que no alcanza su punto culminante hasta meses después. Es el momento en que algunas personas buscan algún tipo de ayuda: religiosa, médica, psicológica, etc.

"Con el tiempo", advierte el profesor Neimeyer, una de las mayores autoridades mundiales en duelo, "podemos ver el dolor con cierta perspectiva y dedicarnos a la vida con mayor plenitud. Pero este proceso es más largo de lo que muchos piensan, tiende a durar años o incluso décadas después de la pérdida en lugar de meses, e implica la aparición periódica de picos de duelo".

Fase de evitación

En casos como el de este accidente de tren la realidad de la pérdida puede ser imposible de asimilar y los familiares de las víctimas pueden sentirse conmocionados, aturdidos, presos del pánico o confusos en un primer momento, lo que puede dificultar o evitar la plena conciencia de una realidad que resulta demasiado dolorosa para asumirla. Es por ello que el apoyo psicológico en esos momentos es muy importante.

Cuando aún no se han identificado las víctimas y no se tiene la certeza de si el familiar ha muerto o no, las personas suelen aferrarse a la esperanza de que haya sobrevivido contra todo pronóstico hasta que el hecho de aceptar la realidad se hace inevitable.

"Físicamente", añade el profesor Neimeyer, "un individuo que se encuentra en la fase de evitación puede tener sensaciones de aturdimiento, oír las voces de los demás como si estuvieran muy lejos y sentirse distanciado o separado de su entorno más cercano. A los demás les puede parecer desorganizado y distraído, incapaz de llevar a cabo las actividades más rutinarias de la vida cotidiana".

En algunos casos, las emociones que se experimentan cuando la fase de evitación se deteriora se viven en privado, intentando que estas no puedan ser percibidas por otras personas, más aún cuando, como ha sucedido en Santiago de Compostela saben que están siendo permanentemente observados por los medios de comunicación. Sin embargo, se oscila continuamente de una sensación de normalidad, como si nada hubiese sucedido, a sentirse invadido por el dolor y la angustia.

Asimilación de la pérdida

Después del entierro y el funeral, cuando el caos emocional incentivado por la continua presencia de amigos y cesan las muestras de apoyo y solidaridad, se empieza a vivir la soledad y la tristeza con toda su intensidad. Las personas rehuyen el contacto social se entran en sus actividades habituales e inician lo que en psicología se denomina elaboración del duelo.
"Esta etapa", explica Neimeyer, "se acompaña frecuentemente de síntomas depresivos: tristeza invasiva, períodos de llanto impredecible, trastornos persistentes del sueño y del apetito, pérdida de motivación, incapacidad para concentrarse o disfrutar con el trabajo o la diversión, y desesperanza respecto al futuro. Tampoco son raras la ansiedad y las sensaciones de irrealidad, que pueden llegar a manifestarse en forma de experiencias «alucinatorias» de la presencia del ser querido".

Este estrés emocional puede tener un impacto directo sobre la salud. Son frecuentes el nerviosismo, las náuseas y los trastornos digestivos, así como episodios de dolor difuso. Pero lo más importantes es que el estrés constante debilita los sistemas inmunológico y cardiovascular aumentando su susceptibilidad frente a enfermedades infecciosas o, en casos muy extremos, provocar un infarto de miocardio. Sin embargo, la mayoría de las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido encuentran la manera de seguir adelante con sus vidas.

Fase de acomodación

Poco a poco, la angustia y la tensión dan paso a la aceptación de una realidad sin la persona que ha fallecido, aún cuando la tristeza y el recuerdo continuo continúen presentes durante meses o años. Se acaba por recuperar el control de las emociones y la alimentación y los hábitos de sueños vuelven a ser como antes. Se inicia así un proceso de reconstrucción de la vida social durante el cual se tendrán todavía episodios de tristeza y en algún momento incluso sentimientos de culpa.

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