Más de 2,5 millones de personas padecen Esclerosis Múltiple (EM) en el mundo, una enfermedad que afecta al doble de mujeres que de hombres y cuya edad media de inicio oscila entre los 30 años, en la variante recurrente-remitente (la más común) y los 39-41 años de la primaria progresiva.
Convertida en la segunda causa de discapacidad (tras los traumatismos) en pacientes de entre 20 y 40 años, esta enfermedad inflamatoria del Sistema nervioso afecta a 47.000 personas en nuestro país, según datos de Esclerosis Múltiple España.
La EM es un trastorno heterogéneo, provocado por la inflamación de la mielina (sustancia que recubre los axones, fibras nerviosas del cerebro y la médula espinal), cuyo origen desconocido sigue preocupando a los investigadores, si bien la teoría más aceptada es que la enfermedad comienza como un trastorno inflamatorio autoinmune. "En apoyo de una posible base autoinmune para la EM, algunos estudios han observado que los pacientes con esta patología son más propensos a tener otros trastornos autoinmunes", señala el Dr. Francisco Gilo, neurólogo del Instituto de Neurociencias Avanzadas de Madrid (INEAMAD) del Hospital Nuestra Señora del Rosario (www.ineamad.es).
También parecen jugar un papel "importante" en el riesgo de padecer EM los factores ambientales. "Hablamos aquí de infecciones víricas, latitud geográfica y lugar de nacimiento, exposición a la luz solar y niveles de vitamina D, entre otros", afirma el experto. Tanto es así que la incidencia y prevalencia de la Esclerosis Múltiple varía geográficamente, siendo las áreas de alta frecuencia del mundo (prevalencia de 60 por 100.000 o más): Europa (incluida la Rusia asiática), el sur de Canadá, el norte de Estados Unidos, Nueva Zelanda y el sureste de Australia.
"Sin embargo, parece que los factores genéticos solamente tienen un efecto modesto sobre su prevalencia. De hecho, la tasa de concordancia entre los gemelos monocigóticos es de entre un 20 y 35%. La frecuencia de la EM familiar varía entre el 3 y el 23% en diferentes estudios", explica el Dr. Gilo.
Síntomatología
Los síntomas pueden cursar con debilidad de una extremidad, adormecimiento de una parte extensa del cuerpo, fatiga general, visión borrosa o pérdida de visión por un ojo, cambios en el ritmo del habla, alteraciones del estado de ánimo... Estos aparecen en los llamados brotes, repuntes inflamatorios de la enfermedad que son su manifestación más conocida.
"Pero no podemos obviar otros síntomas menos conocidos, los llamados paroxísticos, que cursan con una duración muy variable, incluso de tan solo unos segundos. Son de tipo neurológico (hormigueos, calambres, dolor de extremidades o de la cara, alteración del habla...) y están ocasionados por una cicatriz antigua que genera inestabilidad eléctrica y química en el área donde se asienta. Además, pueden aparecer tanto espontáneamente como inducidos por diversos desencadenantes (flexión del cuello, aumento de la temperatura corporal, movimientos de extremidades, etc.)", indica el experto.
Conviene señalarlos porque, aunque no afecten a la calidad de vida tanto como los otros, pueden ser tratados con buenos resultados, por lo que se recomienda al paciente que también los tenga en cuenta cuando hable de sus síntomas ante su neurólogo.
Cómo se trata la EM
Es fundamental iniciar el tratamiento lo antes posible, ya que se sabe que el 30% de los pacientes que no lo reciben desarrollarán una discapacidad pasados 25-30 años desde que se establece el diagnóstico.
"Hoy disponemos de formulaciones orales, subcutáneas, intramusculares e intravenosas. Cada una de ellas varía en cuanto a su perfil de eficacia, tolerancia y efectos adversos, por lo que existen grupos de primera línea (menos eficaces pero mejor tolerados) y de segunda y tercera línea (más capaces de frenar la enfermedad, pero con mayor porcentaje potencial de efectos adversos)", señala el Dr. Gilo, y agrega, "pero con los avances de las dos últimas décadas se consigue disminuir el porcentaje de pacientes que presenta una discapacidad".
Además, según aconseja este neurólogo, en este grupo de enfermos es importante el tratamiento rehabilitador para preservar sus funciones. "Se pueden, también, realizar tratamientos para la espasticidad en los casos en los que esta sea limitante", agrega.
También es básico llevar unos hábitos de vida saludables, como hacer ejercicio físico moderado, seguir una alimentación sana, y una rutina poco estresante, ya que esto permite al organismo estar en la mejor disposición para minimizar el potencial daño que le pueda ocasionar la enfermedad. "Todo contribuye, sobre todo ahora que gracias a los avances mencionados los pacientes no necesitan modificar sustancialmente su ritmo de vida", afirma el especialista de Ineamad.