Los mecanismos no genómicos de la acción de las hormonas sexuales en una variedad de diferentes tipos de células humanas, incluyendo las del cáncer de mama, abren nuevas vías de investigación para desarrollar nuevos tratamientos para esta patología.
Esta vía de investigación fue iniciada en los años 90 por un equipo de científicos de la Universidad de Granada, liderado por la doctora Carmen Mendoza, en colaboración con el equipo del doctor Jan Tesarik del Instituto Nacional de la Salud y de la Investigación Médica (INSERM) francés, y sus resultados fueron publicados en la prestigiosa revista médica Lancet en 1997. Hoy, veinte años después, la idea de utilizar terapéuticamente el dualismo de los efectos genómicos y no genómicos de las hormonas sexuales se está materializando.
La denominación "hormonas sexuales" se utiliza para las hormonas que participan en la reproducción y la sexualidad en ambos sexos. Las principales hormonas sexuales femeninas son el estradiol y la progesterona y se producen en los ovarios. En los hombres la principal hormona sexual es la testosterona, producida por los testículos. A parte de su función principal, las hormonas sexuales ejercen una variedad de efectos, no relacionados con el sexo, en diferentes partes del cuerpo humano.
Desde hace más de 50 años se conocen los mecanismos utilizados por las hormonas sexuales para regular la expresión de específicos genes en el núcleo de las células. Estos efectos se llaman "efectos genómicos". Sin embargo, existen también "efectos no genómicos" ejercidos por las hormonas sexuales sobre la superficie de las células, sin entrar en su núcleo. En los años 90 Los doctores Mendoza y Tesarik descubrieron la existencia de estos mecanismos no genómicos de la acción de las hormonas sexuales en una variedad de diferentes tipos de células humanas, incluyendo las del cáncer de mama.
Nuevos estudios
Se sabe que la pérdida de hormonas sexuales contribuye al notable aumento en la incidencia de morbilidad y mortalidad cardiovascular después de la menopausia. Lo mismo ocurre en los hombres con una baja producción de su principal hormona sexual testosterona, relacionada o no con la edad. Una eventual terapia hormonal sustitutiva (administración de hormonas sexuales exógenas) disminuye los riesgos cardiovasculares en estos casos. Sin embargo, la sustitución hormonal puede aumentar el riesgo de otras enfermedades, especialmente el cáncer de mama en las mujeres y el cáncer de próstata en los hombres. Dos estudios, uno realizado por un equipo estadounidense y publicado en la revista Journal of Molecular and Cellular Cardiology, y otro publicado en la revista Cardiovascular Research por investigadores del Reino Unido sugieren que la acción preventiva de las hormonas sexuales contra enfermedades cardiovasculares sería básicamente mediada por los efectos no genómicos, mientras que los riesgos asociados con el tratamiento sustitutivo con estas hormonas se debe a sus efectos genómicos.
Según el doctor Jan Tesarik, actualmente director de la Clínica MARGen de Granada, "estos estudios marcan el paso hacía el desarrollo de fármacos que podrían permitir a las hormonas ejercer su efecto no genómico y en el mismo tiempo imposibilitar sus efectos genómicos. Sería suficiente unir químicamente las hormonas sexuales, pequeñas moléculas que penetran fácilmente dentro de las células y sus núcleos para ejercer los efectos genómicos, con macromoléculas, tales como proteínas, que impedirían este pasaje. Esto sólo permitiría a estas hormonas actuar en la superficie de las células diana y ejercer efectos no genómicos. En nuestros trabajos de los años 1990 utilizábamos las hormonas unidas con la proteína albumina para obtener este efecto, pero otros tipos de macromoléculas pueden ser investigados, tomando en cuenta la estabilidad, falta de toxicidad y eficacia de los fármacos resultantes".
El desarrollo de fármacos a base de hormonas sexuales, diseñados para resaltar sus efectos no genómicos, representan un desafío científico y una esperanza para pacientes con una deficiencia o ausencia total de la producción de hormonas sexuales, por ejemplo mujeres postmenopáusicas o hombres con baja producción de testosterona, y con elevados riesgos de enfermedades cardiovasculares. La supresión o modificación de los efectos genómicos permitirá tratar eficazmente estas patologías sin elevar el riesgo de cáncer.