En verano, debido a la mayor humedad a la que nos exponemos en piscinas y playas, sumada a las altas temperaturas, aumenta un 50% la incidencia de las infecciones vaginales. La alteración de la flora vaginal por la humedad, entre otros factores, como pueden ser la toma de antibióticos, una higiene íntima excesiva o el embarazo, favorece la aparición de infecciones bacterianas, que provocan que los lactobacilos del ecosistema vaginal disminuyan su eficacia protectora.
Las infecciones vaginales son uno de los motivos más frecuentes de consulta ginecológica. La mitad de las mujeres habrán sufrido por lo menos un episodio antes de los 25 años, y su incidencia aumenta entre las mujeres premenopáusicas. Además, un gran número de estas infecciones sufren recaídas pasado algún tiempo por lo que es recomendable tomar precauciones para minimizar sus efectos e incluso poder prevenir su reaparición.
Los síntomas más frecuentes de una infección son picor, malestar, irritación o un flujo vaginal alterado. Aunque no son síntomas graves y las infecciones son de fácil tratamiento, sí que son molestos, afectando a la calidad de vida. Ante la detección de alguno de estos síntomas se recomienda visitar a un especialista lo antes posible para poder iniciar el tratamiento contra la infección y tomar medidas para recuperar el equilibrio de la microbiota vaginal.
La combinación del tratamiento farmacológico, prescrito por los especialistas, con la toma de probióticos orales se ha comprobado que ayuda a disminuir los síntomas de la infección, favorece la recuperación de la microbiota vaginal perdida durante estos episodios, y previene la aparición de recidivas. Según el "Estudio PROBIT", impulsado por Laboratorios Ordesa, los especialistas recomiendan la toma de probióticos en un 57,7% de los casos, y el 94,4% de mujeres que utilizaron probióticos afirmaron experimentar mejoría al utilizarlos para tratar la infección de forma conjunta con el fármaco.
Las infecciones vaginales tienen su origen en un desequilibrio (disbiosis) del conjunto de microorganismos que normalmente se encuentra en la cavidad vaginal. Los lactobacilos de la microbiota vaginal ejercen una acción protectora evitando el establecimiento de organismos patógenos y produciendo compuestos antimicrobianos (peróxido de hidrogeno y ácido láctico). Cuando por alguna causa, como puede ser la utilización de antibióticos o por una higiene íntima excesiva, el equilibrio de la microbiota se ve alterado, se crean las condiciones "idóneas" para que proliferen hongos y bacterias potencialmente patógenos.
Ante esta situación, los complementos orales con simbióticos (probióticos y prebióticos) son un aliado para reestablecer el equilibro de la microbiota vaginal. Debido a que contienen lactobacilos propios de la microbiota vaginal como L. crispatus, L. jensenii, L.gasseri, favorecen más fácilmente el restablecimiento de la microbiota ya que se encuentran en la zona de forma fisiológica. Y en combinación con la terapia farmacológica, aumentan la efectividad del tratamiento y previenen la aparición de recidivas. Estas cepas probióticas administradas via oral son capaces de migrar desde el intestino hasta la zona vaginal a través del tejido perineal, contribuyendo a aliviar las molestias como el picor, malestar y frenar la proliferación de microorganismos patógenos.