Es normal que después de un fallo cardiaco le priven a uno de relaciones sexuales durante tres o cuatro semanas. El músculo del corazón ha de reponerse de una delicada intervención. La literatura médica apunta que basta con dos semanas de reposo, pero los especialistas suelen ser más generosos cuando piden cierto tiempo de abstinencia ante la falta de una mayor evidencia científica.
El problema que de verdad se plantea para los varones después de un episodio así es el de la impotencia, en mayor o menor medida. La pérdida de brío que comienza, de media, en torno a los 45 años se acentúa como consecuencia de la enfermedad arterioesclerótica, desencadenante de las enfermedades cardiovasculares. Dicho de otro modo, los infartos suelen producirse como consecuencia del exceso de grasa en las paredes de las arterias.
Esa grasa a menudo dificulta la erección porque el pene no consigue el flujo sanguíneo necesario para lograrla. Los medicamentos propios de la terapia contra el infarto favorecen esta situación, es decir, que inhiben el funcionamiento de los mecanismos que provocan la erección.
La terapia para el infartado incluye, cada vez más, ayuda psicológica y el uso combinado de fármacos contra la disfunción eréctil. Los que existen en el mercado son, en ocasiones, incompatibles con determinados tratamientos, por lo que cualquier decisión en este terreno debe contar con el visto bueno del cardiólogo.
Hay que tener en cuenta que después del infarto, el paciente tendrá que mantener una actitud más pasiva en sus relaciones sexuales; y esto ya será de por vida. El sexo es posible, pero locuras, al menos las que tengan que ver con lo físico, las menos. El sexo aumenta la tensión arterial y la frecuencia cardiaca, lo que obliga a un mayor consumo de oxígeno. El riesgo de accidente aumenta, igual que después de una comida copiosa. Por eso, lo recomendable suele ser buscarse tiempo después del reposo, a primera hora de la mañana o al despertar.