Durante generaciones, han pasado por el quirófano multitud de niños para que se les extirparan las amígdalas y no pocos sufrieron, en las décadas de 1950 y 1960, la mala experiencia de soportar una operación sin anestesia. Ahora, sus hijos y sus nietos ya no tienen que someterse a esta mutilación. De hecho, ya sólo se extirpan las amígdalas en casos muy determinados.
El miedo a padecer las temibles fiebres reumáticas llevó en el pasado a generalizar la operación de amígdalas. El razonamiento era que, si se infectaban repetidamente, los anticuerpos o las defensas que producen las amígdalas podían volverse contra el propio organismo y atacar las articulaciones, el corazón y el riñón. De este modo, cuando no había antibióticos, las amigdalitis de repetición o las infecciones por estreptococos podían crear infecciones crónicas y derivar en una enfermedad reumática. Este riesgo empezó a desaparecer con el descubrimiento de la penicilina y los antibióticos. Hoy en día, diferentes especialistas y estudios insisten en que sólo se debe operar cuando es estrictamente necesario.
Los resultados de diversos estudios han demostrado que la adenoamigdalectomía no tiene beneficios destacables sobre el simple seguimiento médico de los niños, siempre que los síntomas sean leves. Aunque los criterios para operar no son del todo homogéneos, los especialistas españoles consultados se inclinan también por no operar cuando los síntomas son leves.