Las enfermedades de la piel mantienen una relación frecuente con diferentes factores psicológicos. La ansiedad y la depresión influyen en el curso de estas dolencias.
El niño con dermatitis atópica es típicamente irritable e infeliz, necesita más contacto físico con sus padres y reclama mayor atención.
A mediados del siglo XX se llegó a la conclusión de que las enfermedades cutáneas tienen un marcado componente psicológico en su origen. Esto quiere decir que los factores psicológicos pueden condicionar los brotes de estas enfermedades e interferir en su evolución.
Los pacientes con dermatitis atópica experimentan más alteraciones emocionales que las personas sanas, con tendencia a ser más irritables, resentidos, con sentimientos de culpabilidad y hostiles. Es más, un estudio en el que se comparaban las alteraciones emocionales de la dermatitis atópica con las que se producen en pacientes con otra enfermedad dermatológica, la psoriasis, se comprobó que los enfermos de dermatitis atópica eran más ansiosos y tenían menor habilidad para el manejo de sus emociones que las personas con psoriasis.
El niño con lesiones visibles de dermatitis atópica es socialmente poco atractivo y muy conflictivo. Los padres sufren frustración y cierto grado de rechazo, por lo que se crea una relación padres-niño poco adecuada que puede dar origen a situaciones problemáticas. A medida que el niño crece, aumentan los problemas y el niño es rechazado por sus compañeros a causa de su aspecto. El temor irracional al contagio es muy frecuente y el niño puede sufrir marginación. La enfermedad puede, además, incrementar el absentismo escolar y ocasionar problemas de sueño que repercutirán en el aprendizaje e incrementarán la marginación.
Los síntomas psicológicos más frecuentes en estos enfermos son la ansiedad y la depresión, siendo esta última más frecuente e intensa en los enfermos con dermatitis moderada en comparación con los enfermos más leves o más graves. El hábito del rascado es un reflejo que vienen condicionado por el picor. Se crea un círculo vicioso; el niño se rasca por que le pica y el propio rascado hace que las lesiones le piquen más. Los síntomas de ansiedad facilitan este proceso de condicionamiento, que se instala en el niño de manera sostenida. Tratar los síntomas de ansiedad y de depresión puede incidir de manera beneficiosa sobre el curso de la enfermedad.