La Universidad Internacional de Valencia ha analizado con la prestigiosa psicóloga y docente de la Universidad, Milagros Molero, la situación, sintomatología y las estrategias para abordar el confinamiento que afecta a bebés y niños, considerados personas "muy vulnerables" ante esta situación inusual. Este análisis se extrae del Encuentro Digital con Expertos organizado por el Área de Ciencias de la Salud de la Universidad Internacional de Valencia bajo el título: "Estrategias psicológicas en momentos difíciles para nuestros pacientes" que fue retransmitido vía streaming a través del canal de YouTube de la Universidad.
Según Milagros Molero el confinamiento puede tener secuelas físicas y emocionales en los más pequeños, "los niños están en un proceso de desarrollo madurativo que requiere una estimulación suficiente para su desarrollo cerebral, a través de la exploración del entorno, el juego, el aprendizaje y la interacción con otros niños". En este sentido, la experta considera que la actividad motriz al aire libre también es fundamental para el adecuado desarrollo de los niños y como elemento regulatorio de sus emociones.
Esta situación ha afectado a todos los niños, y en función de la etapa evolutiva de desarrollo en la que se encuentren puede haber afectado de una u otra manera, según apunta Molero. "Los niños pueden mostrar irritabilidad, quejas frecuentes de aburrimiento, tendencia al aislamiento, dificultades para gestionar la frustración con episodios de enfado, labilidad emocional, conducta hipermotriz, dificultad para seguir las órdenes, aumento de los miedos, dificultades en la alimentación y el sueño... En los adolescentes las primeras serán más frecuentes, mientras que en los niños más pequeños y los bebés las expresiones conductuales y fisiológicas estarán más presentes", manifiesta la experta.
El estado de alarma sanitaria genera una activación de la percepción de riesgo que va más allá del confinamiento según señala la psicóloga, "esta percepción de riesgo hace que el sistema límbico y reptiliano de nuestro cerebro estén más activos y sea más fácil desregularnos. Así, los adultos serán los primeros que tendrán que encontrar recursos de auto regulación, porque ellos a su vez son los que tienen que regular a los niños".
Entre los 0 y 3 años, los niños son especialmente sensibles a los cambios en los horarios de sus necesidades básicas asociadas a sus ritmos biológicos, sobre todo el sueño y alimentación. "Los bebes van a tener unas respuestas regulatorias más relacionadas con las quejas somáticas y desregulación fisiológica. Alteraciones de su patrón de sueño, dificultades en la alimentación, episodios de llanto más frecuentes e intensos, problemas digestivos o irritaciones en la piel".
También se ha destacado que el estado anímico de los padres influenciará en la regulación de los niños, especialmente los más pequeños. "El bebé se regula en la interacción cuerpo a cuerpo con sus figuras de apego, con el contacto físico, el olor, el movimiento, la percepción de las expresiones faciales y la comunicación no verbal. Por lo que los padres tienen que ser muy cuidadosos con su propio estado y atender a su propia regulación para proporcionar este contexto corporal con la seguridad que el bebé necesita percibir. Si el adulto está nervioso, asustado o triste, el bebé va a sentir esos estados".
La propia regulación de los padres y cuidadores es la mejor manera de ayudar a los niños especialmente en periodos de crisis, "es importante jugar con ellos cuerpo a cuerpo, no distraerles sólo con teléfonos, tablets o juegos individuales. Los adultos son el termostato emocional de sus hijos y su mejor recurso. Todo niño busca en las expresiones de sus padres los indicios de seguridad, por lo que la regulación emocional de los padres, en estos momentos de crisis, es el mejor recurso que podemos ofrecer a los niños para manejar el estrés de la alerta que nos rodea a todos. La interacción, el divertirse con ellos, que perciban nuestro disfrute y conexión emocional con ellos, es la mejor medicina que les podemos ofrecer".