En el último siglo la esperanza de vida en los países más desarrollados se ha incrementado notablemente. Atentos a esta realidad, el Dr. Francisco Suárez, especialista en Geriatría del Hospital Cruz Roja de Gijón, ha subrayado en el Congreso Nacional de la Sociedad Española de Rehabilitación y Medicina Física (SERMEF) que "ya no se factible pensar que una persona de 75 años está al final de su vida. Puede vivir otros 20 años, y ese es el mismo periodo de tiempo que existe desde el comienzo de su educación primaria hasta la finalización de una carrera universitaria, un largo periodo". "Dicho envejecimiento", ha puntualizado el especialista, "se acompaña de una serie de cambios fisiológicos que conllevan una pérdida progresiva de la reserva funcional y un aumento de la vulnerabilidad".
Suarez, que ha participado en la mesa "Fragilidad, sarcopenía y nutrición" ha subrayado que "la fragilidad es la fase final de este proceso Esto provoca un deterioro global de la salud, con un incremento en el riesgo de sufrir discapacidad, dependencia, hospitalización, institucionalización y muerte. Como consecuencia de este proceso se ha creado un sistema sanitario en el que su usuario tipo es el de paciente muy mayor con enfermedades crónicas, discapacidad y fragilidad. Por lo tanto, es necesario reflexionar sobre cómo adaptar los recursos y la organización a esta realidad", ha señalado el Dr. Suarez.
Durante su discurso, el experto ha explicado que diversos estudios han intentado encontrar los modelos biológicos que llevarían a un envejecimiento satisfactorio, entendido como un estado óptimo o una forma de envejecer mejor de la normalidad.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha publicado recientemente el Informe mundial sobre envejecimiento y salud. "Una de las mayores novedades del informe", ha matizado el Dr. Francisco Suárez, "es la aparición del concepto capacidad intrínseca, entendida ésta como el conjunto de las capacidades físicas y mentales que dota al individuo de habilidades funcionales que le permitan afrontar los retos que el entorno genera. Uno de los mensajes fundamentales del informe es que los sistemas de salud que atiendan ancianos deberían sustituir su foco de atención sobre la enfermedad y centrarlo en la capacidad intrínseca (es decir la función). Esto es particularmente importante en la atención a los ancianos vulnerables que están en riesgo de discapacidad (los frágiles y con deterioro en la cognición), para poder actuar precozmente sobre ellos".
Así, ha aseverado el especialista durante el Congreso Nacional de SERMEF que "desde el punto de vista individual ha de considerarse la vejez como una etapa más de la vida. Se producen cambios fisiológicos a los que hay que ir adaptándose y que pueden generar una mayor vulnerabilidad. Por eso es importante mantener un estilo de vida saludable, las relaciones sociales y la estimulación mental".
Miedo a las caídas
La mitad de los mayores de 80 años se cae al menos una vez a lo largo del año. "En la mayoría de las ocasiones sin consecuencias", ha avisado el especialista. "Pero en otras ocasiones generan complicaciones no solo físicas sino psicológicas. Por ejemplo un 1% de las caídas acaba en una fractura de cadera. Ante una persona con inestabilidad en la marcha o caídas de repetición hay que valorar el contexto (en la calle, cuando se levanta de una silla, al caminar...) y los síntomas (mareos, falta de equilibrio, pérdida de fuerza súbita,...)".
"Las causas pueden ser múltiples pero en primer lugar habría que valorar los fármacos que toma, la posibilidad de que tenga hipotensión o hipoglucemias o la existencia de barreras arquitectónicas en su domicilio. Con frecuencia las consecuencias médicas de las caídas, entre las que destaca el denominado síndrome de temor a caerse, suponen el inicio de la discapacidad en el anciano".
Entiende el experto que "desde el sistema sanitario es posible intervenir, de forma multifactorial, para prevenir caídas. En las personas mayores se puede y se debe prescribir ejercicio físico multicomponente, con especial atención al entrenamiento de fuerza y equilibrio. En segundo lugar conviene revisar la medicación que está tomando y valorar su adecuación. Y por último, comprobar las barreras arquitectónicas que tiene en su domicilio o en su entorno".
La salud de las personas mayores "se debe medir en términos de función y no de ausencia de enfermedad pues es la primera la que determina la expectativa y calidad de vida y los recursos o apoyos que precisará cada individuo. El objetivo es mantener un nivel de función que permita el mayor grado de autonomía posible en cada caso. A todos los ancianos se les debe de realizar una valoración geriátrica integral que incluya su situación clínica, social, mental y funcional".
"Para profundizar en la valoración", añade el especialista, "existen una serie de test que son capaces de medir no solo la función sino la fragilidad de la persona mayor. Se recomienda realizar una valoración de la capacidad funcional utilizando una batería del rendimiento físico como el SPPB, el test de la velocidad de la marcha en 6 metros o el de levantarse y caminar. Con ellos se puede determinar la fragilidad y el riesgo de caídas de una persona en un tiempo menor de 10 minutos".
Aclara Francisco Suárez que "la osteoporosis, las caídas y las fracturas deben manejarse de forma conjunta. En personas mayores la mortalidad al año tras fractura de cadera es del 20% y la incapacidad para caminar de forma independiente del 40%. A pesar de ello, en España existe un infratratamiento de la osteoporosis en personas mayores, quizá por una baja conciencia entre los profesionales de sus consecuencias. Por lo tanto en todos los pacientes con fractura osteoporótica se debe valorar el tratamiento para la osteoporosis. El mayor riesgo de tener una fractura osteoporótica es haber tenido una previa, así que no es posible quedarse de brazos cruzados esperando a ver qué pasa".
"Un deterioro en la fuerza y masa muscular, la resistencia cardiovascular y el equilibrio conllevan una disminución de las actividades de la vida diaria, un mayor riesgo de caídas y una pérdida de la independencia, entre otras consecuencias" advierte el experto. "La inactividad física y el sedentarismo son uno de los principales factores en la pérdida y deterioro de la función muscular. Los beneficios del ejercicio físico en el envejecimiento y específicamente en la fragilidad han sido objeto de reciente investigación científica. Así, se ha comprobado como una actividad física incrementada en el anciano se ha asociado con una disminución del riesgo de mortalidad, del riesgo de enfermedades crónicas prevalentes en el envejecimiento (cardiovasculares, osteoarticulares, neurodegenerativas…) institucionalización, y de deterioro funcional". "De manera más concreta", prosigue, "el tipo de ejercicio físico más beneficioso en el anciano frágil es el denominado multicomponente".
"Este tipo de programas combina entrenamiento de fuerza, resistencia, equilibrio y marcha, y es el que ha demostrado mejorías más significativas en la capacidad funcional, que es un elemento fundamental para el mantenimiento de la independencia en las actividades básicas e instrumentales de la vida diaria de los ancianos. Los efectos del ejercicio son potencialmente similares a los que puedan producir muchos medicamentos o incluso mayores, sin apenas efectos adversos, para la prevención de la enfermedad cardiovascular, reducción del riesgo de mortalidad, prevención de la diabetes, obesidad y la mejora de la función muscular y calidad de vida", ha concluido.