Pese a las evidencias científicas, el trastorno por juego se sigue conceptualizando mayoritariamente como un trastorno de la conducta

La evidencia científica más reciente ha demostrado que las situaciones sociales y un ambiente permisivo o facilitador son los que ponen a las personas en contacto con sustancias (alcohol, tabaco, drogas) o juegos de azar, pero que son factores individuales, genéticos, neurobiológicos y de rasgos de personalidad los que determinan en última instancia la vulnerabilidad de una persona para desarrollar una conducta adictiva.

Esta perspectiva científica, sin embargo, "no es la que predomina en la prevención del trastorno por juego", ha señalado el doctor Néstor Szerman, psiquiatra del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Gregorio Marañón de Madrid y presidente de la Fundación Patología Dual, que ha lamentado que el Trastorno por Juego, reconocido como una enfermedad mental por el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), se siga conceptualizando mayoritariamente como un trastorno de la conducta.

"Desde esa perspectiva acientífica se podría suponer que las personas con este trastorno mental son viciosas, personas débiles de carácter que se dejan atrapar por ofertas de juego, o que les falta voluntad, o son "ludópatas" autoindulgentes, o que debido a pasar mucho tiempo jugando se producen cambios neuroplásticos del cerebro que determinan la adicción", ha argumentado Szerman durante su intervención en las VII Jornadas de Adicciones Comportamentales y Patología Dual (ADCOM 2023), celebradas esta mañana en el Auditorio Caja de Música del Palacio de Cibeles de Madrid.

Para el experto, este error en la conceptualización tiene como consecuencia que las medidas de prevención del trastorno por juego suelan ser también equivocadas y, por lo tanto, poco eficaces. "La prevención desde esa perspectiva se basa exclusivamente en medidas conductuales: construir barreras entre la persona en riesgo de un trastorno por juego y las ofertas de juego presencial u online, en campañas que demonizan el juego, una actividad universal de los seres humanos, al igual que se hace con algunas sustancias legales o ilegales, en propuestas prohibicionistas o en pensar que esto se soluciona ofertando propuestas de ocio saludable a los jóvenes".

Campañas de prevención que consideren la vulnerabilidad individual

Según Szerman, al contrario de lo que se viene haciendo en las últimas décadas, sería "importante" que las campañas de prevención considerasen la vulnerabilidad individual en el riesgo de desarrollar un trastorno mental como este: "Las evidencias disponibles indican que habría que identificar, entre otros grupos poblacionales, a niños y adolescentes que tengan elevada impulsividad, a población infantil que haya sido diagnosticada de TDAH, a jóvenes con alta densidad de trastornos mentales en familia nuclear, y a aquellos jóvenes con trastorno de conducta grave que curse con impulsividad y/o rasgos psicopáticos de personalidad".

En ese sentido, el presidente de la Fundación Patología Dual ha recordado que diferentes estudios epidemiológicos realizados en Estados Unidos señalan que un 96% de las personas con trastorno por juego presentan, a su vez, otro trastorno mental (lo que se conoce como Patología Dual), una cifra que elevó hasta el 100% un estudio clínico transversal recientemente publicado por la prestigiosa revista científica European Neuropsychopharmacology y liderado por investigadores de la Sociedad Española de Patología Dual (SEPD).

Según los resultados del estudio, el 76,7% de los participantes con trastorno por juego mostraron rasgos de elevada impulsividad, mientras que uno de cada dos participantes presentaban también trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y casi un 80% síntomas de depresión moderada o severa, aunque seguramente un subtipo (fenotipo) de depresión que cursa con elevada impulsividad. "Este estudio ha demostrado que la impulsividad es un claro marcador y predictor de riesgo, por lo que este factor debería ser tenido en cuenta en cualquier campaña de prevención. Implementar una prevención basada en evidencias contribuiría a reducir la carga de salud mental y a promover la salud y el bienestar", ha concluido el experto.

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