Según un estudio el uso prolongado de azitromicina no es eficaz contra la COVID-19 ni minimiza el riesgo de desarrollar síntomas graves

Durante la primera ola de la pandemia desatada por la COVID-19, debido al desconocimiento que existía entonces de la enfermedad, la azitromicina, un antibiótico usado con frecuencia en el tratamiento de infecciones respiratorias agudas, fue utilizado de forma masiva en los pacientes con síntomas compatibles con COVID-19. Varios estudios señalaron en los meses siguientes la ausencia de eficacia del fármaco para el tratamiento de la nueva enfermedad. Recientemente, un estudio realizado por el Grupo de Enfermedades Infecciosas de la Sociedad Española de Farmacéuticos de Atención Primaria (SEFAP) sobre pacientes que recibían azitromicina u otros macrólidos de forma "crónica" previamente al contacto con el virus y publicado en la revista Antibiotics, ha concluido también en la ausencia de eficacia de los macrólidos cuando son utilizados a largo plazo.

"Los ciclos prolongados con azitromicina, incluso en tratamientos de larga duración en pacientes que la estaban recibiendo por otros motivos, no se han mostrado efectivos para prevenir la enfermedad, una peor evolución o la mortalidad a causa de la misma", sostiene Rocío Fernández Urrusuno, coordinadora del grupo y una de las investigadoras principales del estudio, que recuerda que la azitromicina y otros macrólidos, en ciclos de larga duración, "son utilizados con frecuencia en el tratamiento de pacientes con enfermedades inflamatorias respiratorias crónicas (asma, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), bronquiectasias, fibrosis quística, etc), con el fin de mejorar la función pulmonar y evitar la progresión a enfermedad más grave, en base a su potencial actividad inmunomoduladora y antiinflamatoria". Por lo tanto, viendo el perfil de los pacientes en tratamiento largo con macrólidos y los factores de riesgo de COVID-19 grave, "los pacientes del estudio se encontraban entre las personas susceptibles de un peor impacto de la enfermedad".

En el estudio participaron 57 Farmacéuticos de Atención primaria de 40 Áreas de Salud de toda España, que analizaron una cohorte de más de 3.000 pacientes que estaban recibiendo tratamiento a largo plazo con azitromicina u otros macrólidos durante la primera ola de la pandemia en España. "Los pacientes del estudio venían recibiendo una dosis semanal de 1.500 mg de azitromicina durante 39 meses como media, y al mismo tiempo recibían otros tratamientos concomitantemente como broncodilatadores, corticoides, analgésicos, antihipertensivos e inhibidores de la bomba de protones. La edad media fue de 73 años, siendo el 55% hombres, el 62% fumadores o ex-fumadores y el  56% con obesidad o sobrepeso. El 95% de los pacientes presentaba enfermedades respiratorias crónicas y, al menos, otras tres enfermedades crónicas, principalmente cardiovasculares e hipertensión. En definitiva, eran pacientes mayores con enfermedades respiratorias crónicas y elevada comorbilidad", explica la farmacéutica de Atención Primaria Carmen Marina Meseguer, investigadora principal del proyecto.

Según los resultados del mismo, la prevalencia de COVID-19 entre la muestra fue del 4,8%, acorde con los datos oficiales del Ministerio de Sanidad durante la primera ola de la pandemia, siendo los síntomas respiratorios los más frecuentes: dificultad para respirar (disnea), tos y neumonía. El 53% de los pacientes presentó síntomas leves o moderados, el 28% requirió ingreso hospitalario y el 19% murió con COVID-19. "Comparado con los pacientes no-COVID, el porcentaje de pacientes ingresados en el hospital durante el período de estudio fue 2,8 veces superior y el porcentaje de muertes fue 5,8 veces mayor que entre los pacientes con COVID-19. Nuestros resultados pueden sumarse al conjunto de estudios que muestran que es poco probable que los efectos antibacterianos o los supuestos efectos antiinflamatorios de la azitromicina se traduzcan en un beneficio clínico frente a la COVID-19", añade Messeguer.

Importante reducción del uso de azitromicina

A pesar de la importante utilización de azitromicina en pacientes con síntomas compatibles o diagnóstico de COVID-19, el uso global de azitromicina en la comunidad en España disminuyó notablemente durante los meses de invierno de la pandemia, hasta el punto de producirse un cambio en el patrón de consumo durante los meses de invierno (octubre-marzo) de la temporada 2020-2021, una estación caracterizada por la alta prevalencia de infección respiratoria aguda. "Si comparamos el periodo octubre 2020 - marzo 2021 con el del año anterior, según los datos aportados por el Plan Nacional frente a la Resistencia a los Antibióticos (PRAN), se prescribió un 48% menos de azitromicina en la comunidad en España", analiza Lucía Jamart, miembro de SEFAP y otra de las investigadoras del estudio.

Para la investigadora, esta disminución puede deberse a la importante reducción del número de consultas en Atención Primaria por procesos respiratorios agudos, algo que en su opinión se puede achacar a dos cosas. Por un lado, al hecho de que ha habido menos procesos respiratorios agudos en Atención Primaria debido a las medidas de aislamiento y protección. Y, por otro lado, a que probablemente los procesos banales que se pudieron producir no derivaron en una consulta médica y por tanto, no se trataron con antibióticos. "La azitromicina es un fármaco que se utiliza con frecuencia en esta clase de situaciones, entre otras cosas por su comodidad posológica. Debido probablemente a los motivos anteriormente citados, su uso, al igual que ha pasado con el de otros antibióticos que se suelen prescribir para infecciones respiratorias agudas, ha caído brutalmente", concluye Jamart.

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