Combatir la obesidad empezando por cuidar la microbiota intestinal… y más allá

Las dietas con alto contenido en grasas y azúcares debilitan la barrera intestinal
El riñón se ve afectado por la disfunción del tejido adiposo

Una microbiota poco diversa y rica en microrganismos proinflamatorios deriva en un estado inflamatorio que afecta a todos los órganos e induce problemas de salud, que pueden ser distintos en cada individuo: desde intolerancias hasta enfermedad inflamatoria intestinal, hígado graso u obesidad.

Como apunta el investigador Fermín Ignacio Milagro Yoldi, en el marco del XX Congreso Nacional de la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO), "aunque la microbiota intestinal es sólo uno de los factores que influye en la obesidad, una estrategia adecuada para combatir esta enfermedad debe incluir siempre un cuidado de esta microbiota, reduciendo la abundancia de aquellas especies menos beneficiosas, incrementando su diversidad y proporcionando suficientes fibras y polifenoles procedentes de vegetales variados". Y es que, según el experto del Centro de Investigación en Nutrición de la Universidad de Navarra y miembro de CIBEROBN (Instituto de Salud Carlos III), "cuanta más variedad de alimentos vegetales, más aumenta la diversidad de la microbiota".

Cuidar la microbiota, un objetivo posible y necesario

En la sociedad moderna hay una serie de factores que empobrecen nuestra microbiota intestinal. Los principales son la dieta (rica en alimentos procesados y pobre en vegetales), el estrés, los medicamentos (por ejemplo, los antibióticos), el sedentarismo e, incluso, el exceso de higiene. Esa pérdida de diversidad microbiana, que se une a una composición más proinflamatoria de la microbiota, está detrás de diversos problemas de salud, entre los que se encuentran la obesidad, la diabetes, el hígado graso, diversas patologías digestivas e, incluso, las enfermedades neurodegenerativas.

Por lo tanto, el mensaje, es claro: "es preciso cuidar nuestra microbiota, sobre todo sabiendo que las bacterias que perdemos es probable que nunca vuelvan", explica Fermín Milagro que, ante esta realidad, propone unos ejes esenciales sobre los que tiene que asentarse la obtención de una microbiota saludable: 1) Alimentación variada, rica en alimentos vegetales y en fermentados; y esto incluye bebidas ricas en polifenoles, como café, té o cacao puro; 2) Reducir el estrés; 3) Realizar ejercicio físico con asiduidad (si es posible, en exteriores); 4) No abusar de medicamentos (psicótropos, omeprazol, antibióticos) y, si son imprescindibles, tomar probióticos para equilibrar la microbiota.

En definitiva, como resume Milagro, "cuidar la microbiota intestinal es vital para mantener un adecuado estado de salud. Para lograrlo, hay que reducir el estrés y realizar ejercicio físico. Y, a nivel de dieta, es importante incluir un número elevado de alimentos de origen vegetal, variados, de todos los grupos y con diferentes tipos de preparación: legumbres, frutos secos, cereales integrales, frutas, verduras, hortalizas, además de alimentos fermentados variados".

Y no hay que caer en errores comunes y posicionamientos extremos, como llevar la dieta a un patrón restrictivo, "ya que esto no suele ayudar a mejorar la diversidad de la microbiota", advierte este experto. Por ejemplo, los estudios realizados en veganos no muestran que su microbiota sea mejor que la de los omnívoros. Otro mito es el de consumir los alimentos sin cocinar: en muchos casos es mejor cocinar los alimentos, o acompañarlos de salsas y grasas saludables, para lograr un mejor aprovechamiento por parte de las bacterias beneficiosas.

Bacterias y obesidad

Un ejemplo de la influencia que tienen algunas bacterias en el riesgo de desarrollar obesidad lo encontramos en aquellas que pertenecen al filo Proteobacterias (que incluye a Salmonella, Escherichia coli o Helicobacter pylori). "Una mayor abundancia de Proteobacterias se asocia con obesidad y enfermedades inflamatorias intestinales", destaca el experto. Y algunas especies bacterianas que son muy eficientes a la hora de digerir las fibras vegetales, podrían incrementar la cantidad de energía que se obtiene a partir del alimento; esto ocurre, por ejemplo, con el género Prevotella, de manera que aquellas personas que tienen mayor abundancia de este tipo de bacterias suelen tener un mayor índice de masa corporal.

Son muchas las consecuencias que se derivan del estado de salud de la microbiota intestinal. Por ejemplo, una microbiota saludable, que recibe suficientes fibras dietéticas, es capaz de fermentarlas y producir butirato y otros ácidos grasos de cadena corta. Estas moléculas son una fuente de energía indispensable para las células intestinales, pero, además, si llegan al cerebro, son capaces de regular el apetito (induciendo saciedad). En cambio, una microbiota poco saludable envía señales proinflamatorias hacia otros tejidos, como el adiposo y el hígado, aumentado la inflamación en ellos. Si esta condición inflamatoria se cronifica, a la larga aparecen problemas de resistencia a la insulina, que es la puerta a todos los problemas asociados a la obesidad (diabetes, hígado graso,…).

También es crucial el aumento de la permeabilidad intestinal, que parece estar estrechamente vinculado con enfermedades hepáticas y obesidad. "Las dietas con alto contenido en grasas, azúcares sencillos y alcohol pueden debilitar la barrera intestinal y facilitar la entrada a nuestro organismo de esas moléculas proinflamatorias", afirma el investigador de la Universidad de Navarra.

Enfermedad renal y obesidad

En esta misma sesión científica del Congreso SEEDO se pone el foco en la vinculación entre obesidad y enfermedad renal, con un nexo fundamental como es la disfunción del tejido adiposo (fruto de la acumulación excesiva de grasa).

"La relación entre obesidad y enfermedad renal es compleja, ya que puede ser directa o indirecta (a través de otras complicaciones metabólicas derivadas de la obesidad como la diabetes o la hipertensión)", comenta Gema Medina Gómez, catedrática de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad Rey Juan Carlos (Madrid). Y es que, al igual que otros tejidos, el riñón también se ve afectado por la disfunción del tejido adiposo, en especial por la disfunción del tejido adiposo visceral, el tejido adiposo perirrenal y el tejido del seno renal.

Se han identificado numerosos factores que desempeñan un papel importante en el desarrollo de la enfermedad renal en la obesidad, incluida la resistencia a la insulina, la lipotoxicidad, la desregulación de adipoquinas y citoquinas, la hipertensión o el aumento de la presión arterial glomerular. Estos mecanismos van a provocar glomerulomegalia con proliferación mesangial y acumulación de matriz, y disminución de la densidad de nefronas.

Ante esta situación, los avances en genética/epigenética y las ómicas (como la metabolómica) justifican el empleo de estos recursos para estudiar a pacientes con enfermedad renal asociada a la obesidad, con la finalidad de proporcionar posibilidades de diagnóstico y tratamiento precoz. Y también se considera que el análisis de podocitos en orina podría ayudar al diagnóstico precoz en estos pacientes.

En definitiva, como recomienda la catedrática de la URJC, "un enfoque global del tratamiento de la enfermedad renal asociada a la obesidad debe abordar los diversos fenotipos de obesidad y la distribución específica de la grasa"; a su juicio, de esta forma "se asegurarán estrategias personalizadas que gestionen eficazmente tanto la progresión de la enfermedad renal como el efecto sobre el riñón de otras comorbilidades relacionadas con la obesidad".

Riesgo aterotrombótico en personas con obesidad

También se pone de relieve en esta sesión científica que mediante el estudio de las proteínas de las plaquetas es posible identificar dianas terapéuticas y biomarcadores de riesgo aterotrombótico en pacientes con obesidad. Se parte de la creciente evidencia sobre la asociación entre obesidad y un mayor riesgo aterotrombótico relacionado con el desarrollo de la aterosclerosis y la activación de las plaquetas sanguíneas. Esto justificaría un seguimiento exhaustivo del estado de activación plaquetario en los pacientes obesos, lo que permitiría además ajustar el tratamiento antiagregante plaquetario en caso de producirse un episodio de aterotrombosis e infarto.

Las personas con obesidad, sobre todo si es grave, presentan factores de riesgo para varias comorbilidades, entre las que se incluye la aterosclerosis y la patología cardiovascular asociada. "Presentan un estado protrombótico con plaquetas hiperactivas que liberan factores que inducen el reclutamiento de macrófagos a la placa aterosclerótica, promoviendo la inflamación vascular y acelerando la aterosclerosis. Esa activación plaquetaria en exceso favorece así mismo que, ante una rotura espontánea de la placa de ateroma, se produzca una aterotrombosis en las arterias coronarias, dando lugar a un infarto agudo de miocardio", explica el Dr. Ángel García Alonso, del Grupo de Proteómica de Plaquetas del Centro de Investigación en Medicina Molecular y Enfermedades Crónicas (CiMUS), de la Universidad de Santiago de Compostela.

En sus investigaciones, tanto en el CiMUS como en el Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago de Compostela (IDIS), están aplicando la proteómica (estudio de las proteínas) y diversos abordajes funcionales al estudio de las plaquetas de individuos obesos. Además, esto lo complementan con el estudio de las plaquetas de pacientes con obesidad severa sometidos a cirugía bariátrica. Y también están analizando las vesículas extracelulares presentes en el plasma sanguíneo de los pacientes con obesidad, ya que su número y contenido reflejan su estado patológico. Según resume, "estamos tratando de identificar biomarcadores que ayuden a predecir el riesgo aterotrombótico de los pacientes con obesidad, así como identificar nuevas dianas terapéuticas antiplaquetarias para el tratamiento antitrombótico de pacientes obesos que puedan sufrir un infarto agudo de miocardio".

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