El agua es esencial para mantener el cuerpo en condiciones óptimas. Una buena hidratación proporciona un correcto transporte de nutrientes a las células, regula la temperatura corporal y mantiene el equilibrio químico del organismo.
La falta de agua puede provocar deshidratación y poner en peligro la salud.
Sin embargo, muchas personas que sufren incontinencia creen que limitando la ingestión de líquidos mejorarán su problema. Pero la reducción de la cantidad diaria total de agua ingerida no mejora la incontinencia y puede perjudicar la salud del paciente favoreciendo, además, la aparición de infecciones urinarias.
En este sentido, debe ser el médico del paciente el que debe fijar la cantidad de líquidos que el paciente debe tomar al día, de modo que no empeore su problema de incontinencia ni se favorezca la deshidratación.
La deshidratación leve pueden producir sed, dolores de cabeza, piel seca, escamosa y una sensación de boca pastosa. También se produce estreñimiento, debilidad muscular, irritabilidad y confusión y sensación general de cansancio y fatiga. La deshidratación grave puede provocar latidos rápidos o irregulares, presión arterial baja, fiebre, delirio e incluso inconsciencia.