Según un estudio llevado a cabo por investigadores del Parc Sanitari Sant Joan de Déu, la probabilidad de que una persona que vive en situación de soledad desarrolle una depresión es cinco veces más alta que la de una que no tiene este tipo de sentimiento.
La pandemia de la COVID-19 no ha hecho más que agravar esta situación, siendo las personas de 18 a 34 años las más afectadas por el impacto del confinamiento, según otro estudio realizado por el mismo centro de Sant Joan de Déu. Los datos muestran cómo los jóvenes presentan prevalencias de ansiedad y depresión superiores a las de la población de mediana y avanzada edad.
"La población con una prevalencia más elevada de depresión y ansiedad es la formada por mayores de 50 años. No obstante, parece que durante la pandemia los jóvenes han sido los más frágiles, quizás porque sus necesidades relacionales son diferentes. Necesitan un contacto cara a cara y más variado que otros grupos poblacionales. También ha podido influir el hecho de que se hayan visto más perjudicados por factores como la pérdida de trabajo o de poder adquisitivo", explica el Dr. Joan Domènech, investigador y responsable del estudio.
El estudio concluye que la soledad es un predictor de la depresión y la ansiedad, y no solo eso, sino que también se trata de la principal causa de depresión entre los factores de riesgo modificables, por encima de otros condicionantes como las variables socioeconómicas o los hábitos saludables. De hecho, las personas con problemas económicos tienen también un elevado riesgo de padecer depresión, ya que esta probabilidad se multiplica por 3,5 respecto a las que no presentan esta problemática.
Según el Dr. Josep Maria Haro, director de Docencia, Investigación e Innovación del Parc Sanitari Sant Joan de Déu, la soledad, aun siendo un factor de riesgo desencadenante de depresión, es una variable que se puede modular. "Es decir, si actuamos para corregirlo, la situación de la persona mejorará", afirma.