Zaragoza ha acogido la vigésima edición del Curso Nacional de Trastornos del Movimiento, en el que se han dado cita casi un centenar de neurólogos procedentes de toda España, especializados en el tratamiento del párkinson y otras enfermedades relacionadas con los trastornos del movimiento. Además, en el curso se han dado a conocer las últimas novedades terapéuticas para estos trastornos.
Los pacientes con trastornos del movimiento son pacientes con un menor movimiento respecto a cualquier persona que no padezca ninguna de estas patologías (hipocinesia), o pacientes con un mayor movimiento o un movimiento desordenado con respecto a la población general sana, siendo el párkinson el trastorno más frecuente.
Además, las patologías que cursan trastornos del movimiento representan un elevado porcentaje dentro de los problemas neurológicos en general, como sucede con el párkinson. En general, se trata de patologías cuyo diagnóstico es eminentemente clínico, es decir, no se detecta a través de pruebas de diagnóstico por imagen radiográfica o análisis de laboratorio, por lo que el especialista necesita tener unas determinadas habilidades para saber reconocer en un momento determinado el tipo de movimiento al que se está enfrentando.
El párkinson es una patología neurodegenerativa cuya sintomatología motora y no motora se agrava con el paso del tiempo. En fases avanzadas, una parte de los pacientes diagnosticados no responden de forma adecuada a los fármacos orales disponibles, aumentando la discapacidad y empeorando su calidad de vida. En estos casos se hace necesario revisar las opciones terapéuticas disponibles.
En este sentido, durante la jornada, los expertos han abordado cómo conseguir que los pacientes presenten menos efectos secundarios derivados de la propia medicación, así como nuevos tipos de tratamiento para los pacientes con párkinson avanzado.
Los principales retos que tienen que afrontar los profesionales para el abordaje de estos trastornos del movimiento, desde el punto de vista del paciente, es lidiar con la incertidumbre del diagnóstico al inicio de los síntomas y, después, la necesidad de aceptar y asumir que se encuentra ante una patología crónica y que no tiene cura, por lo que es muy importante la labor de los expertos para mejorar la calidad de vida de los pacientes.