La denominación "demencia senil" agrupa una serie de enfermedades de las cuales la más frecuente es la enfermedad de Alzheimer, cuya característica común es el olvido, que afecta a lo más reciente, continuando por las cosas que se han ido aprendiendo y, finalmente, perdiendo la capacidad de manejarse en la vida diaria, pues el olvido se produce en sentido inverso al aprendizaje.
Progresión de la enfermedad
Hasta hace pocos años se creía que la senilidad era la consecuencia natural e inevitable de la edad. Sin embargo, desde 1977 los médicos, a través de los trabajos realizados, han visto que un 10% de las personas mayores de 65 años sufren lesiones cerebrales orgánicas que se relacionan con la senilidad y que, de estas lesiones, el 75% se puede diagnosticar como enfermedad de Alzheimer, correspondiendo el 25% restante a alteraciones cerebrales producidas por infartos múltiples. Aunque todavía no existe un estudio epidemiológico completo de la enfermedad, puede calcularse que la incidencia de la enfermedad de Alzheimer en los mayores de 65 años, en un futuro inmediato, va a provocar un importante problema sociosanitario y se estima que, en poco tiempo, cada familia va a tener que convivir con, al menos, un paciente afecto de demencia.
La enfermedad de Alzheimer es una enfermedad neurológica progresiva y degenerativa del cerebro que no tiene curación y que conduce a la muerte del paciente. Lentamente, la enfermedad ataca las células nerviosas de la corteza cerebral y de algunas estructuras circundantes, deteriorando así las capacidades de la persona de controlar las emociones, reconocer los errores y los patrones, coordinar los movimientos y recordar. Al final, la persona pierde completamente su memoria y el funcionamiento mental.
Además, es necesario recalcar que la velocidad de progresión de esta enfermedad es diferente para cada persona. De este modo, si la enfermedad de Alzheimer se desarrolla rápidamente, es probable que continúe progresando de la misma manera pero, si su desarrollo se ha producido de una manera lenta, posiblemente la enfermedad seguirá un curso lento. La causa de la enfermedad de Alzheimer se desconoce, pero no es parte del proceso natural del envejecimiento.
Análisis de los tejidos cerebrales
Si se analizan los tejidos cerebrales de un enfermo con enfermedad de Alzheimer que ha fallecido, las neuronas que controlan la memoria y el pensamiento se encuentran deterioradas, desarrollando cambios específicos como el depósito de placas seniles y de haces neurofibrilares (fragmentos enrollados de proteína dentro de las neuronas que las obstruyen), además de mostrar en la corteza cerebral atrofia, con los espacios centrales del cerebro agrandados, y con disminución del volumen cerebral (cerebro encogido) y una proteína pegajosa, conocida como beta amiloide, que forma parches llamados placas neuríticas (aglomeraciones anormales de células nerviosas muertas y que están muriendo, otras células cerebrales y proteína).
Algunos investigadores piensan que la beta amiloide puede romperse en fragmentos que liberan radicales libres de oxígeno (químicos normales en el cuerpo que causan varios procesos dañinos cuando se producen en exceso). Los investigadores se están aproximando, también, a la identificación de los genes defectuosos que son responsables de la enfermedad de Alzheimer de inicio temprano, una forma poco común pero extremadamente agresiva de la enfermedad.
Tipos de enfermedad
En efecto, hay dos tipos de enfermedad de Alzheimer, la de aparición temprana y la de aparición tardía. En la primera, los síntomas aparecen antes de los 60 años y, en algunos casos, la enfermedad de inicio temprano se presenta con predilección por algunas familias e involucra mutaciones hereditarias autosómicas dominantes, las cuales pueden ser la causa de la enfermedad. Hasta ahora se han identificado tres genes de aparición temprana, siendo el tipo de enfermedad menos común, ya que comprende sólo entre el 5% y el 10% de los casos. La enfermedad de Alzheimer de comienzo tardío, que es el tipo más común, se desarrolla en personas de 60 años o más y se cree que es menos probable que se presente de forma familiar.
Clínica
En las etapas precoces, los síntomas pueden ser muy sutiles y no despertar la alarma en el paciente o en sus familiares. Entre estos síntomas se pueden referir: la repetición frecuente de las frases, la ubicación equivocada de las cosas, la dificultad para recordar el nombre de los objetos conocidos, la tendencia a perderse en los sitios conocidos, los cambios de personalidad y la actitud pasiva y sin interés por las cosas con las que antes disfrutaba.
Algunas cosas que el individuo solía hacer bien ahora le son difíciles, como llevar el control de sus cuentas bancarias o de las tarjetas de crédito, la habilidad para los juegos complejos (juegos de cartas) y para aprender rutinas o informaciones nuevas y complejas.
Posteriormente, a medida que avanza la enfermedad, los déficits se hacen más evidentes e incluyen síntomas como la disminución del conocimiento de los hechos recientes, el olvido de los hechos de la propia vida, la pérdida de la conciencia de la propia persona, problemas para escoger la ropa, alucinaciones, discusiones, golpes, conducta violenta, desilusión, depresión y agitación.
Algunas tareas que pueden resultar dificultosas para un paciente en esta etapa son: preparar las comidas, conducir, vestirse, viajar a sitios poco conocidos y manejar las finanzas.
En la enfermedad de Alzheimer grave, la persona ya no puede vivir sin ayuda. La mayoría de las personas, en esta etapa, ya no reconocen el lenguaje ni a los familiares, y no son capaces de desempeñar las actividades básicas de la vida diaria (como comer, vestirse y bañarse).
El paciente con enfermedad de Alzheimer tiene fallos de memoria que van limitando, de manera progresiva, sus actividades. Al principio, la pérdida se refiere, sobre todo, a los hechos recientes. En esa fase llama la atención que el paciente recuerde e incluso le guste evocar, una y otra vez y con todo detalle, hechos referentes a su infancia y su juventud, recuerdos que puede mantener incluso cuando la enfermedad ya está avanzada. Posteriormente, poco a poco, deja de recordar todo cuanto se refiere a sí mismo, su edad, dónde vive, y confunde a sus hijos. No obstante, hay que destacar que, aunque a veces es incapaz de recordar el nombre de su cónyuge o de sus hijos, su presencia suele resultarle agradable y tranquilizadora; el enfermo acepta con agrado un buen contacto afectivo y un trato afectuoso. En las fases finales se pierde incluso este aspecto tan primario de la relación.
Además, el enfermo también sufre trastornos del lenguaje (afasia) y olvida el nombre de las cosas o se le "atascan" las palabras más corrientes y, al cabo de un tiempo, no entiende bien lo que se le dice o se le pregunta. El lenguaje pasa a ser cada vez más pobre, contiene menos información, las frases dejan de tener sentido y, al final, se pierde la capacidad de hablar, por lo que el paciente queda totalmente ausente, incomunicado.
Otra alteración que sufre el enfermo de Alzheimer es la apraxia o la dificultad para realizar gestos útiles. Al comienzo se manifiesta en acciones complicadas, como dibujar, manejar instrumentos de trabajo o utensilios domésticos o conducir, pero luego se pierden hasta los más simples, como manejar los cubiertos, vestirse o saludar.
La agnosia o dificultad para reconocer o comprender el significado de cuanto se ve, se toca, etc., es otra de las alteraciones típicas de la enfermedad de Alzheimer.
A todo ello se une una actitud de indiferencia o ignorancia del problema y, aunque al comienzo pueda haber una cierta depresión o ansiedad ante los fallos, pronto llama la atención la tranquilidad con que el paciente reacciona ante sus enormes despistes o errores, siendo típico que los niegue o que intente justificarlos de una forma infantil o con explicaciones extravagantes. Sin embargo, es bastante fácil que el problema pase desapercibido a vecinos, conocidos o incluso a los familiares que no conviven con él.
También son constantes los trastornos de personalidad y de conducta. Al principio puede haber ansiedad, depresión e irritabilidad. Las personas tranquilas se pueden mostrar inquietas y las activas apáticas y, con frecuencia, el paciente se torna desconfiado y esconde las cosas pensando que quieren robarle o hacerle daño. Posteriormente, puede aflorar cierta agresividad y hostilidad hacia los familiares y hacia la pareja. Los cambios en el sueño, con insomnio o alteraciones del ritmo, constituyen un grave problema, lo que provoca que el enfermo se pase las noches en vela.
Los enfermos también tienen tendencia a sufrir desorientación espacial: pueden perderse fácilmente y no encontrar el camino de vuelta a casa y, en las fases avanzadas, incluso pueden perderse dentro de la propia casa.
Aunque lo normal es que el enfermo no tenga problemas físicos para moverse, en las etapas finales suele perder la movilidad y permanecer encamado y con dificultades para comer.