La hipertensión es una patología insidiosa que termina produciendo ictus cerebral, infarto de miocardio, isquemia o cualquier otra patología vascular.
El ictus es una enfermedad cerebrovascular que se produce cuando un vaso sanguíneo, que lleva sangre al cerebro, se rompe o se tapona por un coágulo u otra partícula. Como consecuencia de esta ruptura o bloqueo, una parte del cerebro no recibe el flujo de sangre que necesita y a las células nerviosas tampoco les llega oxígeno, por lo que dejan de funcionar y mueren al cabo de unos minutos.
El control de la hipertensión arterial está considerado como el primer factor de riesgo cardiovascular, ya que el 60% de las personas que han sufrido un ictus tenían la tensión alta. La hipertensión multiplica por seis el riesgo de padecer un ictus. La hipertensión, unida a la edad, aumenta un 20% el riesgo de padecerlo.
Según los expertos, bastaría el control regular de la presión arterial, una terapia adecuada de la hipertensión y la adopción de hábitos de vida saludables para recortar de forma drástica el terrible coste humano y social del ictus.
La hipertensión arterial daña las arterias del cerebro y es la causa más importante de sufrir un ictus, y el riesgo causado por la hipertensión se ha demostrado tanto si está elevada la tensión arterial sistólica (máxima) como la diastólica (mínima), o ambas. Como regla general, la tensión máxima debe ser inferior a 140 y la mínima debe ser inferior a 90. Se recomienda, a partir de los 50 años, un control periódico de la tensión para detectar la hipertensión, tratarla y evitar complicaciones.