La enfermedad mental es un problema social de gran magnitud que afecta a un gran número de personas hoy en día y que no tiene distinción social, ya que una de cada cuatro personas padece una enfermedad mental a lo largo de su vida con independencia de su raza, su cultura o su nivel económico. El enfermo mental debe afrontar la enfermedad en sí misma y los prejuicios y la discriminación que la sociedad le plantea por padecerla. Hoy en día aún se estigmatiza al enfermo mental.
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La enfermedades mentales son alteraciones del cerebro que producen desviaciones en el pensamiento, la percepción, las emociones y la conducta que dificultan la adaptación de la persona al entorno cultural y social en que vive, creando malestar en el individuo.
La esquizofrenia, los trastornos de la personalidad, la depresión, el trastorno bipolar y la ansiedad son las enfermedades mentales más frecuentes en la actualidad. Un 1% de la población sufrirá esquizofrenia en algún momento de su vida, el 1% o el 2% de la población tiene un trastorno de la personalidad, más del 5% de las mujeres y el 2% de los hombres padecen depresión de tipo mayor con un 0,5% de la población que padece trastorno bipolar, una combinación de manía y de depresión, y el 5% de la población general sufre de ansiedad.
Enfermedades estigmatizadas
Sin embargo, a pesar de la frecuencia de estas enfermedades aún permanecen los viejos mitos y el enfermo mental "está mal visto". La mayoría de los pacientes siguen ocultando su dolencia para evitar los prejuicios de una sociedad que ignora a estos enfermos y los margina.
El rechazo de la sociedad implica, entonces, problemas de índole sanitario, laboral, de vivienda o de relaciones sociales. Además, el rechazo de las familias provoca el retraso del diagnóstico y del tratamiento, y el enfermo llega al médico muchas veces gravemente deteriorado y con una enfermedad que arrastra desde varios años atrás.
La enfermedad mental no se considera una dolencia más dentro del abanico de las enfermedades existentes sino que pasa a definir al individuo, que se ve desprovisto de su propia personalidad y que se convierte en un estereotipo que condiciona su existencia. Ya no es una persona que, por ejemplo, sufre una depresión, sino que pasa a ser un depresivo en el peor sentido de la palabra. La discriminación se torna entonces evidente y se priva al enfermo de sus derechos.
La incapacidad e inutilidad con las que se caracteriza a este tipo de pacientes fomenta el empeoramiento de su enfermedad, creándose un círculo vicioso en el que el enfermo es rechazado por la sociedad y, a causa de este rechazo, sufre un empeoramiento de su dolencia. Además, los prejuicios se contagian también al enfermo y este pierde la confianza en su propia recuperación.
Más concienciación
Es necesario y urgente crear una conciencia social sobre este tipo de enfermedades y progresar hacia una humanización de estas dolencias. Deben considerarse los individuos y desterrar la etiquetas. Tras siglos de herencia de marginación del enfermo mental, es la hora de la reivindicación del individuo como portador de derechos independientemente de su enfermedad.