Los discos intervertebrales son una especie de almohadillas más blandas que el hueso que actúan como cojines para amortiguar el roce entre las vértebras.
Cuando las capas externas de esta almohadilla se rompen de forma parcial o total y algún fragmento interior del disco se desplaza y comprime los nervios que hay dentro de la columna, se denomina hernia.
Las hernias de disco son más frecuentes en la columna lumbar, sobre todo en la parte baja, entre la 4.ª y la 5.ª vértebra, y entre la 5.ª vértebra y el sacro.
A medida que pasan los años, los discos se aplanan y pierden elasticidad. A partir de los 20 años, pueden observarse pequeñas grietas. La parte externa puede llegar a desgarrarse y el interior del disco sale a través de estos pequeños desgarros y llega a comprimir el nervio. Las hernias de disco son más frecuentes en personas entre los 30 y 40 años.
Cuando parte del disco presiona un nervio, se produce un dolor que se irradia a una o a las dos piernas. La localización del dolor depende del disco que está alterado. La intensidad del dolor depende de la presión que está recibiendo el nervio.
En ocasiones, se comprime el nervio ciático y el dolor se extiende por la nalga, la parte posterior del muslo, la pantorrilla y alcanza el pie. Se producen alteraciones sensitivas del nervio, como acorchamiento u hormigueo, y alteraciones motoras, con pérdida de fuerza en los músculos correspondientes inervados por el nervio ciático.
El dolor de una hernia de disco suele empeorar cuando se lleva a cabo una actividad física y mejora si se permanece en reposo. La tos, la inclinación hacia delante, la conducción de un coche o el mero hecho de estar sentado pueden empeorar el dolor. Esto se debe a que en esas posturas aumentan la presión sobre el nervio.