Una piel sana es aquella que cumple plenamente sus funciones de protección del cuerpo frente a las agresiones externas y es capaz de establecer y trasmitir las relaciones sensoriales con el medio que nos rodea, al tiempo que presenta un aspecto deseable.
Una buena higiene e hidratación son los cuidados básicos que ayudan a mantener una piel sana y protegida contra las infecciones. Asimismo, el consumo de agua y una alimentación abundante en frutas y verduras aportan las vitaminas que la piel necesita para su adecuada defensa.
La limpieza diaria debe realizarse con productos suaves que no alteren el manto ácido de la piel, que no irriten ni sean muy perfumados, pero que ayuden a eliminar la grasa y suciedad acumuladas.
Cuidar la piel de todo el cuerpo implica evitar usar ropa o zapatos con materiales que favorezcan la aparición de hongos por la creación de un ambiente húmedo, o bien, que puedan causar heridas o alergias en la piel.
Igualmente, protegerse adecuadamente de una exposición excesiva a los rayos solares y una buena alimentación son hábitos básicos para mantener una piel sana. Debe moderarse el consumo de carnes y priorizarse el consumo de frutas y verduras, alimentos ricos en vitaminas antioxidantes como la A, C y E. Se deben evitar el alcohol, el tabaco y la condimentación excesiva en las comidas.